
Cuando tenía cinco años quería ser bailarina de ballet. Le dije a mi mamá y me metió a clases de baile en el kínder. Usaba un payasito rosa, medias y un par de pequeñas zapatillas. Según yo, seguía perfectamente los movimientos que nos señalaba la maestra y me esforzaba en estirar todo mi cuerpo. Seguramente mi postura era fatal y tenía la panza salida todo el tiempo, pero recuerdo haber bailado orgullosa el día del estreno. Después de eso, dejé las clases.
Toda mi vida he amado el baile, particularmente el ballet. Ahora sé que la vida de las bailarinas dista de ser alegre y glamorosa. Realmente implica muchos sacrificios y un esfuerzo constante. Además es una carrera muy ingrata, pues se acaba con la juventud.
Después de eso quise ser muchas cosas. Incluso algún día se me ocurrió ser domadora de ballenas, pero pronto descubrí que no era precisamente mi vocación.
El día en que no solamente vi las ilustraciones de mi libro de cuentos, sino que pude leer por primera vez las palabras, supe que quería ser escritora. Empecé con cuentos sencillos que le dictaba a mi mamá y que no llenaban ni la mitad de una hoja. Cuando fui lo suficientemente grande para escribir yo sola, realicé mi primer obra maestra: "Anita y Pepito perdidos en el espacio". Todavía tengo el manuscrito de tan ilustre ocurrencia.
Mi adolescencia la pasé chorreando tinta. Pasaba todas mis tardes leyendo y escribiendo. Ya fueran cuentos, diarios, cartas... lo que fuera. Entonces entré a estudiar la carrera. Olvidé mi amor por las letras y convertí mi pasión en un mero hobbie. Me dediqué a estudiar y un día me levanté convencida de que mi futuro era la academia.
Hace poco, dando vueltas por Gandhi, me topé con un librito de Borges. Lo abrí al azar y me encontré con estas líneas:
Toda mi vida he amado el baile, particularmente el ballet. Ahora sé que la vida de las bailarinas dista de ser alegre y glamorosa. Realmente implica muchos sacrificios y un esfuerzo constante. Además es una carrera muy ingrata, pues se acaba con la juventud.
Después de eso quise ser muchas cosas. Incluso algún día se me ocurrió ser domadora de ballenas, pero pronto descubrí que no era precisamente mi vocación.
El día en que no solamente vi las ilustraciones de mi libro de cuentos, sino que pude leer por primera vez las palabras, supe que quería ser escritora. Empecé con cuentos sencillos que le dictaba a mi mamá y que no llenaban ni la mitad de una hoja. Cuando fui lo suficientemente grande para escribir yo sola, realicé mi primer obra maestra: "Anita y Pepito perdidos en el espacio". Todavía tengo el manuscrito de tan ilustre ocurrencia.
Mi adolescencia la pasé chorreando tinta. Pasaba todas mis tardes leyendo y escribiendo. Ya fueran cuentos, diarios, cartas... lo que fuera. Entonces entré a estudiar la carrera. Olvidé mi amor por las letras y convertí mi pasión en un mero hobbie. Me dediqué a estudiar y un día me levanté convencida de que mi futuro era la academia.
Hace poco, dando vueltas por Gandhi, me topé con un librito de Borges. Lo abrí al azar y me encontré con estas líneas:
"Nadie puede escribir un libro. Para
que un libro sea verdaderamente,
se requieren la aurora y el poniente,
siglos, armas y el mar que une y separa."
que un libro sea verdaderamente,
se requieren la aurora y el poniente,
siglos, armas y el mar que une y separa."
Ayer, en un momento de inesperada lucidez, le dije a Juan José: "No quiero dedicarme a la filosofía". Fue una revelación sorpresiva para ambos. Ya se me había olvidado la razón por la que escogí esta carrera en un principio. Quería ser escritora, pero me di cuenta de que no tenía sobre qué escribir. Quise estudiar filosofía para encontrar un contenido, algo de lo que valiera la pena hablar.
No quiero enfocar todas mis energías en la academia. No me molesta vivir de ella, pero si tengo que escoger una maestría, será de literatura, de lo que me apasiona.
Llevo la filosofía en mis venas, pero no quiero que me den un título por leer a un montón de autores que me digan cómo pensar. Me gusta mucho mi formación, pero quiero empezar a producir por mí misma. Las palabras de Borges me recordaron que quiero habar con arte. No quiero jugar con las reglas del pensamiento duro. Soy filósofa y escritora por vocación, pero tengo esencia de soñadora.
4 comentarios:
Yo también quise ser bailarina de chiquita. Sólo que nunca tuve oportunidad de vestir tutú rosa.
Mi encuentro con el arte también sucedió con los libros de cuentos (no tanto con vivir rodeada de cuadros, con los que ya estaba acostumbrada). Veía las ilustraciones y creía entender los libros sólo con verlas. Me molestaba mucho que no coincidieran con lo que yo leía, cuando aprendí a leer.
La Historia del Arte, en su rama de Semiótica, tiene mucho de eso... al igual que Iconología. Lo simbólico, expresar con una serie de atributos una idea, me fascina. Yo creo que ahí encontré también mi fascinación por la ilustración.
Ahora yo estoy inmiscuyéndome más en el mundo práctico de historia del arte con la investigación y museografía. Al mismo tiempo, hago ilutraciones.
No sé si tendría que renunciar a una por la otra, pero creo, al igual que tú, que ambas son un complemento.
Un abrazo.
Emilia, a mí no me cabe ninguna duda de que vas a ser una gran escritora. Y disculpen la metichez, pero me identifico con lo que dicen, también busco una manera de complementar academia y práctica, filosofía y arte. Aunque todavía no veo nada concreto, cada vez me parecen menos lejanas.
Por cierto, ¿de quién es el poema de los navegantes que tienen en el blog?
Es de un libro que leí de niña. No recuero el autor, pero copié el poema en una hoja y lo guardé. Siempre me ha gustado.
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